Aún hay formas de evitar la catástrofe ambiental

Un individuo promedio, en función a la capacidad productiva de la tierra, debería consumir lo que producen 1.6 hectáreas del planeta, sin embargo, llega a usar los recursos que generan hasta 2.8 hectáreas. Eso tiene que cambiar.

Los periódicos del 25 de Enero anunciaron que el reloj de la apocalipsis avanzó, dejándonos a noventa segundos de un cataclismo planetario, principalmente por la guerra en Ucrania, las tensiones nucleares y la crisis climática. Así lo reportan los científicos atómicos, sociedad fundada por Einstein y que reúne a once premios Nobel, en el boletín que resulta de una reunión anual en la que evalúan qué tan cerca estamos de la auto aniquilación. El veredicto: las manecillas avanzaron de cien a noventa segundos hacia la media noche.

Todos sentimos y empujamos el tic-tac de ese reloj de diferente manera, ya que en la era geológica actual, que se conoce como el Antropoceno, está claro que el mayor impacto sobre el planeta lo genera la raza humana. Debido a nuestras acciones de los últimos cincuenta años, el planeta parece dirigirse a una inevitable catástrofe ambiental y las preguntas que debemos hacernos son: ¿Cuál es la dimensión del daño?, ¿Estamos a tiempo de regresar al planeta a un estado de equilibrio?, ¿Podemos detener el reloj apocalíptico?, o aún mejor, ¿Echar las manecillas atrás?.

 

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Como explicamos en la columna anterior, el concepto de huella ambiental sirve para entender qué tanto estamos impactando al planeta al consumir sus recursos. Actualmente se estima que la raza humana demanda una cantidad de recursos equivalentes a 1.75 veces lo que la tierra es capaz de generar en estado de equilibrio (Footprint network 2023). Otra forma de ver el problema es que para el mes de Julio de 2022, ya habíamos agotado todos los recursos disponibles para ese año y, a partir de ese mes, hubo una sobre utilización de recursos que atentó contra la sustentabilidad de la tierra. Uno de los efectos de este uso excesivo de recursos es el aumento en la generación de gases de efecto invernadero (GEI), que propician cambios sustanciales en la temperatura media anual del planeta. El consenso general es que el incremento de temperatura desde el periodo preindustrial (1850-1900) a la fecha, es de aproximadamente 1°C, que es suficiente para desatar climas extremos en muchas partes del planeta, con consecuencias como la reducción de la cobertura de hielo en los polos, las sequías e inundaciones atípicas y la alteración de los hábitats de plantas y animales (Lindsey and Dahlman 2023).

Actualmente se estima que cruzaremos el punto de inflexión catastrófico si permitimos que el calentamiento global avance más de 1.5°C sobre la temperatura promedio del periodo preindustrial. Sin embargo, la mayoría de los científicos ambientales aseguran que mantener el calentamiento global por debajo de esta cifra rumbo al año 2050, será prácticamente imposible (Climate Action Tracker 2022). Este escenario nos plantea una disyuntiva peligrosa: estamos caminando sobre una línea muy delgada en la que, de un lado, está un abismo de destrucción catastrófica de los ecosistemas que habitamos y,  del otro, la esperanza de que podamos revertir al menos parte del daño infringido. Es decir, la conservación o destrucción de los ecosistemas que sustentan la vida en el planeta dependerá de las acciones que tomemos, ya sea en forma colectiva o como individuos, en los próximos diez años.

La buena noticia es que hoy contamos con elementos tecnológicos y científicos para detener la destrucción del planeta. El avance en la rentabilidad de las energías renovables, los métodos de agricultura, pesca y ganadería sustentable, así como las tecnologías para reciclar la mayor parte de los residuos que generamos dentro de un esquema de economía circular, son una realidad esperando a ser aplicada en forma masiva. La implementación de estas estrategias que aportan a la sustentabilidad del planeta dependerá de la voluntad y quizás, en mayor grado, de los incentivos, tanto positivos como negativos, que presionen al colectivo y al individuo a hacerlo, y aún más complicado, que presionen a los gobiernos a actuar.

 

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